La realidad es que me sonaba vagamente que había decidido no ir más veces a aquel sitio, pero no recordaba bien porqué. Hasta que volví el otro día. Y recordé precisamente el motivo: aquello era un merendero.
Es probable que el motivo último es que soy un tipo simple: las sillas son para sentarse, las puertas para entrar y los armarios para guardar objetos.
Por eso me sorprendo cuando contemplo que aquellas personas que como yo guardan cola para sacar unas entradas para el cine, en realidad no tienen intención alguna de ver una película, sino de merendar.
El problema tampoco es exactamente que merienden, sino que me hagan partícipe de sus ineludibles ruidos y de sus paseos para reponer la merienda en el caso de que hayan calculado mal la pitanza y que transformen un momento de silencio intenso de miradas cruzadas entre los protagonistas en una suerte onomatopéyica de crunch, glup, chischischis, crunch, crunch, slurp…
Así que he decidido a dejar impresas estas líneas para ver si así recuerdo que aquello no es más que un p$#o merendero, por si decido volver.
Que aproveche.
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